C'etait un coup de rien,
d'une rien ironique, absurde,
arriver au ce carrefour,
où n'ai pas des vivres,
mais que de deux chemins vides.
Le problème est que...
...je n'avait pas idée que c'etait
un deuxième chemin!
Etiquetas: Puesiario
Etiquetas: Puesiario
Hay cosas que quieres descubrir - ¿por qué hicieron esto, por qué pensaron aquello, cómo se sentían? Quieres revivir con ellos su experiencia, hallar en tí mismo la posibilidad de esforzarte en entender la vida del otro, hacértelo real. A un nivel, tus capacidades críticas se han activado para discernir las inconsistencias, las lagunas, los silencios de esta historia: ¿por qué no entiendo esta vida? ¿dónde se encuentra esa consistencia -aún en la irracionalidad- que confiere a esta historia su autenticidad?
Existe una manera dura de entrevistar que aprendí de Nabokov, y que volví a aprender dolorosamente durante el psicoanálisis: la dureza del silencio. No decir nada durante bastante rato y a ver qué pasa. Dejar que el silencio pese en el aire entre usted y su interlocutor -un silencio activo, expectante; usted está allí y al mismo tiempo usted, el interrogador, parece haberse retirado. es sorprendente lo mucho que nos cuesta al principio afrontar este silencio en una situación de diálogo. provoca alarma: algo no va bien, debe reestablecerse el contacto. Entonces el interlocutor dirá algo, algo que a menudo no tenía intención de decir.
Hay otro tipo de pregunta que, especialmente en mis entrevistas sobre la guerra civil, resultó productivo: es la pregunta ingenua. No es fácil hacerla si se va a la emtrevista con la idea de que eres el depositario del saber; tienes que estar preparado para aparentar ignorancia, incluso estupidez. Produce resultados, creo yo, porque tu informante siente que tiene conocimientos de los que tú careces; y si ya tienes establecida una empatía o al menos una relación de trabajo, encontrarás que en muchos casos el informante responderá con información que de otro modo hubiera pasado sin mencionar.
Etiquetas: Reflexiones
Etiquetas: Ego, Reflexiones
Etiquetas: Ego
Etiquetas: Bares
Etiquetas: Humor
UNO
La sombra se abatía indefectiblemente sobre la tierra reseca, aumentando su velocidad engañosamente, para el pobre que miraba sin poder alejar los ojos, a la vez que corría horriblemente escapando de la causa de aquel espectro. Una absurda pata animal, casi inanimada, cayó a tierra allí donde se avizoraba el arribo de su sombra, aquella falsa pretensión de horror, haciendo temblar el suelo y provocando la inevitable caída de quien escapaba del mostro; así como el súbito despertar del sufriente generador de la extraña pesadilla, quien tan pronto como se despertó comenzó a olvidarla, no en su extensión y potencia pavorosa, sino en sus más nimios detalles, haciendo que poco después se convirtiera en mera parodia de sí misma.
DOS
Les dieron una pieza, con una cama y un colchón en el piso. La luz era tenue y opaca, se miraron con sus ojos cansados, tristes, y alejaron la vista rápidamente, observando con detalle las cosas más insignificantes. Martín se tiró en el colchón, dejándolè la cama a Laura, quien ya no tenía nada que decir y quedaba, derrotada, en silencio. Apagaron las luces, se tocaron las puntas de sus dedos en reconocimiento de que seguían allí, uno al lado del otro, y se dijeron hasta mañana. Poco duró el silencio de ambos, con los ojos abiertos fijados en el techo, esperando se acostumbren a la penumbra y queriendo ver alguna imagen en la oscuridad del cielorraso. Ambos respiraban fuerte intencionadamente, haciéndolè saber al otro que seguían allí. Las sombras de los cuerpos, que ligeramente se movían, evidenciando que no se habían dormido, eran controladas severamente por el otro, porque necesitaban sentir la mutua compañía.
"Vení conmigo. No quiero dormir sola, mi amor".
Martín se subió a la cama y se abrazó a ella. Le besó la frente y ella hundió sus labios en su mejilla. Cambiaron unas palabras, hablaron del día, de los herrores, del viaje de mañana, de cómo me gusta que me acaricies, de que al otro día ella tenía que hacer tal cosa y él llegaría tarde al laburo, de que lindo es abrazarte, y otras cosas más.
"Querés hacerme el amor?", preguntó Laura
"Si. Pero no esta noche. No esta noche".
Laura resopló, y se acurrucó fuerte contra él, que la abrazó más fuerte. Y se dejaron dormir poco a poco, pensando el futuro, el pasado, y como nos cambia la vida el presente.
TRES
La superficie era suave y mullida, pero tenía un ligero olor a usado y traspiración. Quizá fuera ese olor lo que lo haya despertado. No importaba ya, estaba despierto y pretendía ver lo que sucedía a su alrededor, siempre tan curioso. Levantó la cabeza y se apoyó en un costado, tratando de ver a su alrededor y de reconocer dónde estaba. Era una especie de superficie elevada, suave. Más allá, los contornos se desdibujaban, pero podía entrever, en la lejanía, colores opacos, por lo que adivinó que el espacio estaba encerrado por algo corpóreo, macizo, que ocultaba la plena conquista de la luz, que se dejaba entrever a través de un costado, con gran brillantez. Esa brillantez le hizo cerrar por un momento los ojos, recién despiertos, desacostumbrados a la luz por causa del largo dormir, de la oscuridad del sueño. Luego de un instante, volvió a abrirlos e intentó describir la extraña geografía, tratando a la vez de recordar cómo había llegado allí. A decir verdad, prácticamente no podía recordar nada anterior a su reciente despertar: caras inciertas, recuerdos de alegrías sin causas, y poco más. Miró alrededor, vio dos grandes bultos que lo encerraban. Uno mayor que el otro, eran de colores distintos: el más grande, más oscuro, en la mitad su color cambiaba, el menor, de coloración más variada, era más claro. Ambos bultos se movían levemente, y emitían sonidos sordos e ininteligibles, como gruñidos. Pese a todo, lo tomaba naturalmente, hasta lo encontraba familiar, conocido, algo tranquilizante, pero sin saber bien por qué. Su inquietud lo llevó a acercarse a uno de ellos. Instintivamente, sin pensarlo, se movió, arrastrándosè, hasta el bulto menor, tal vez por parecerle más atractivo y entrañable. Se movía espasmódicamente, y al alcanzar el bulto, se chocó con éste, emitiendo un leve chillido de placer. El bulto sintió el contacto, y comenzó a moverse. Él se quedó quieto, esperando, con algo de alegría, el reconocer de qué se trataba. Los movimientos se hicieron más rápidos y ágiles, y el bulto lo atrapó.
La madre, tomó a su hijo y lo alzó. El bebé rió de alegría por verse alzado, por la adrenalina de cruzar el aire, a gran velocidad. Ella se sentó en la cama y lo acurrucó, lo hizo jugar, mientras se despertaba del todo. Su alegría era inmensa, era una mañana fresca de domingo, y tenía a su primer hijo en brazos.
El padre, despertado por los movimientos y las risas sotto voce, levantó la cabeza y tardó un par de segundos en recordar dónde estaba y qué pasaba. Y así quedó mirando a ambos, sonriendo. Sonriendo mucho.
CUATRO
La oscuridad de la pieza se combatía con la cálida luz del velador, sobre la mesita de luz, que caía directamente sobre la cama, compuesta por un simple colchón en el piso. Era viernes de noche, y ella disfrutaba la víspera del sábado acurrucada junto a tres libros. Se tapó hasta la cintura con la frazada, y acomodó las almohadas detrás de su espalda. La lluvia intentaba llamar la atención, pero para ella sólo era la banda de sonido de su vida, en aquella escena de pecho completo, de media sonrisa, de expectación impaciente. Acarició los lomos de los tres libros, sintiendo cuál la llamaba más que los otros. Eligió el segundo, pocket ajado, y comenzó a leer, acomodando la luz a su conveniencia.
"Jack sintió un dolor intenso en el hombro izquierdo, cálido y poco natural. De inmediato, conociendo aquellas sensaciones premonitorias por experiencia, se abalanzó hacia la izquierda, al tiempo que el disparo atravesaba el aire donde segundos antes estaba su hombro izquierdo. Otra vez más, no había fallado. Los secuaces de Garberini lo habían seguido hasta ese muelle húmedo y oscuro, lugar que había elegido para comenzar a investigar quién estaba detrás del intento de involucrarlo en el escándalo de corrupción policial en Pine Bay. No porque ese lugar fuera más indicado que el bar de Mike o las oficinas de la Johnson's Pine Bay Building Co., sino porque ese ambiente sórdido y de sombras solitarias concordaba más con su personalidad. Se escondía en silencio detrás de un contenedor despintado que sabe Dios que contendría. Eran dos, el narigón que nunca decía nada – ese era el que le había disparado, pequeña rata - y Little Joey, el gordo sudoroso y extrovertido que se encargaba de los trabajos sucios menores de Garberini. 'Vamos, Jack,' rió Little Joey con esa voz que más parecía estar haciendo gárgaras de flema que articulando palabras, 'no puedes salir de aquí. Esta es la estación donde te bajas, ¡je, je!'. Las agitadas risotadas de aquella bola de grasa le dieron asco. Jack estaba visiblemente molesto, no por estar acorralado en un solitario muelle, sino porque el maldito Garberini había considerado que el suyo era un caso para Little Joey. 'Asqueroso italiano,' pensó Jack, 'cuando esto termine serás carroña en el desierto'. Una larga sombra fue alargándose más a la derecha del contenedor. Jack sonrió hacia ese mismo costado. Sin pensarlo demasiado, rodó por el suelo y en medio de esa voltereta disparó una sola vez su .45. ¡BANG! Al incorporarse, fijó sus ojos en los del narigón mudo. Pavor había en ellos. Poco a poco, sus rodillas fueron flexionándose, dejó caer su colt, y, por último, el cigarrilo se escurrió de entre sus labios antes de caer como una bolsa muerta en el piso, sin pronunciar un solo sonido. 'Quizás fuera realmente mudo', pensó Jack sin emoción. Yardas más allá, Little Joey, las manos en alto, se daba vuelta lentamente, respirando con dificultad. 'OK, Jack. Reconozco que has vencido. Mira, haremos así:', le dijo, tragando saliva sonoramente, 'dejaré mi pistola en el suelo, me iré por donde vine. Tomaré el automóvil y escaparé a San Francisco. Para siempre.' Ambos quedaron en silencio, inmóviles, calculando las intenciones del otro. '¡Vamos Jack!, por los viejos tiempos. Serás mi ángel de la guarda. Aquél que me dio la segunda oportunidad, la oportunidad de redimirme. ¿Qué dices?' El disparo se descerrajó desde el costado del cuerpo, acertando sin dificultad en la voluminosa humanidad del obeso. Little Joey cayó al suelo vociferando maldiciones y disparando sin puntería su arma en todas direcciones. Una de las balas pasó apenas pulgadas por encima de la cabeza de Jack. Él ni se inmutó: no había sentido el ardor."
Cerró el libro y se quedó pensando. Recién la semana pasada había terminado un policial. No parecía ser tiempo de comenzar otro. Dejó el libro al costado y tomo uno de los otros al azar, para que la sorprenda en medio de la lluvia que le guiñaba un ojo.
"El departamento estaba desordenado, pero era mejor así, pensó Ricardo. 'La bohemia es encantadora, senescal' se dijo a sí mismo mientras encendía un Gitanes más. Miró alrededor. Entre la mugre bohemia, hermosa grela alimentada a noches de alcohol, cigarrillos, literatura discutida frente a ojos amables y música intelectual como fondo, gentileza de Jack, el ruso desertor que quería ser cowboy en medio del invierno húmedo de Londres, estaba María, en silencio, despierta, pero no. Rió Ricardo por la irónica situación en la que estaba metido. No porque no se lo hubiera buscado, claro que no, ése era su ambiente. El único que podía frecuentar, bah. 'Pucha que damos lástima los exiliados.' pensó. 'Ese Buenos Aires color otoño y sepia peronista parece ahora más encantador que esta primavera europea triste y gris.' Se acercó a aquel cuerpo que deseaba con la cabeza toda, y la pateó en el culo. '¡María! Salí de ese puto trance. ¡Carajo!' dijo, a viva voz, con un nudo en la garganta y un facón en el corazón. Demasiado sentimental para él. Se repuso y fingió su mejor cara de póker ante la mirada ajena y húmeda de esa ninfa de pechos pequeños. Ella lo miró con cierto odio engañoso. Levantó la cabeza y se acomodó el pelo, largo, sedoso, negro, maraña criolla que fue perdición de tantos hombres en apenas veintitres años, entre ellos él mismo. Ricardo aplacó el grito desesperado que nacía del fondo de sus entrañas, allá abajo. No era propio de él gritar. La miró con sus ojos negros que tanto acuchillaban a la pobre de Elisabetta, pobre idiota enamorada. Con toda la rigurosidad que pudo reunir, le dijo, en baja voz, mientras se sentaba en una silla rota que acercó a los pies de María (tan hermosos, tan pequeños, tan sexuales, como toda ella) algo que había paladeado desde que tomó el último trago de brandy en The Brown Forecome: 'Pensás en él. Pensás en él como una pelotuda adolescente encandilada por el brilloso traje elegante y el sombrero ladeado de un simple hijo de comerciante afortunado del centro, que se junta con los cajetillas venidos a menos en algún club de caballeros (digásmosle así) quedado en el tiempo de las libreas y los diarios ingleses de dos meses traídos en barcos tan poco ingleses; que no se da cuenta que es un pobre gringo con suerte que ante el mundo no es más que un sorete agrandado en alcohol'. 'Callate. Callate', le dijo ella enjugándose una lágrima, '¿Vos qué mierda sabés? Escuchate, nada de lo que decís tiene sentido: hablás como si estuvieras todavía en camiseta escuchando la radio y tomando mate en la puerta de una casa en Villa Crespo. No estás allá. Acomodate a la realidad. O andate a Buenos Aires, ya que es allá donde vivís en tu realidad.' Ricardo la miró con cierto odio, no por las palabras sino porque ella lo conocía más que nadie, sin conocerlo más que a través de noches amargas de tristeza desplazada y esperanzas inventadas y deslucidas. Justo ella, la que no quería conocerlo y la única a la cual le abriría de par en par todo lo que él es. Bajó la cabeza, como derrotado. La miró, luego, y le dijo, con cierta tristeza: 'El pibe le gana al senescal.' Ella lo miró sin comprender. O sin querer comprender..."
Se acomodó más en la cama y continuó leyendo con una sonrisa. A su costado, un libro ajado descansaba con la satisfacción del usado. Más allá, otro esperaba, triste, dejando salir una lágrima inexistente. Y afuera llovía más, cambiando el ritmo de la banda de sonido de una vida simple, pero sin duda, importante.
Etiquetas: Grandezas
Etiquetas: Reflexiones