lunes, febrero 19, 2007
Un escenario en busca de una historia
Licus es un pequeño pueblo bien al sur de Chile, pegado a la frontera con la Argentina. Allá, en ese sur, donde los Andes se convierten en meras colinas alargadas, los bosques en una estepa pintada de matorrales, y la frontera en una línea absolutamente imaginaria. O así lo imagino yo. En ese lugar, un viajero curioso puede averigüar entre los lugareños qué hay para ver en el camino hacia El Chaltén. Y un paisano avivado, podrá mirarlo y, con una sonrisa de chiripa, indicarle que le pida al chofer del colectivo que lo deje en Licus. Un viajero se subirá entonces al micro, y, entre dudando y aburrido, dará vueltas antes de dirigirse a su asiento para preguntarle al chofer, en voz baja e inseguro; "podría dejarme en Licus?".
El camino es monótono y carece de todo. Carece de montañas imponenetes, carece de glaciares y de ríos caudalosos donde hacer rafting. Carece de árboles, de animales, de gente. Y allí, en medio de la nada, el colectivo se detiene, el chofer se da vuela, mira al viajero, y con una media sonrisa le indica que para llegar a Licus debe subir esa colina apaisada que se ve bordeando la ruta enripiada, y cruzar el río. "No, no hay aduana; sólo cruce a Chile". El colectivo se aleja enseguida y al viajero se le hiela la sangre. Aún así sube la colina y, desde la cresta ve el pueblo. Apenas más allá, un río, más arroyo que río. Y del otro lado un típico pueblo de estepa: unas pocas cuadras alrededor de una plaza con árboles. El pueblo, rodeado de tundra patagónica, está limitado más allá por el océano Pacífico, desde ese punto, sólo una línea azul lejana. El viajero cruza el arroyo y se interna en las calles tranquilas de pueblo tranquilo, en los senderos tranquilos de la plaza de pueblo, y se pregunta qué tendrá de particular ese pueblo, evidentemente molesto. Saliendo de la plaza, una calle se interna cuesta abajo entre álamos añosos, y ya abajo, el pueblo se transforma: la calle es moderna y esta surcada a ambos lados por modernos edificios de tres o cuatro pisos, ocupados en su mayor parte por casinos, hoteles y negocios de moda. El viajero se sorprende y se maravilla al mismo tiempo, parado en una plazoleta que abre hacia una callecita que pasa por debajo del más moderno casino del pueblo.
Y se pregunta como es que este pueblo sea completamente desconocido.
Y yo me pregunto, desde hace tres semanas: "qué carajos puede pasar después?!"
Y no encuentro respuestas.
 
suspiro exagerado de Juansolo como a las 11:01 | Permalink |


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