Los ruidos de la batalla continuaban detrás de él, indiferentes, animales. Aspot en su febril camino seguía sintiéndolos, en su cuerpo, como punzantes olas que lo atravesaban, cada tambor, cada golpe metálico de espada, cada sordo, lejano, horrible, húmedo grito de muerte. Su camino era difícil pero no se detenía, Aspot seguía, y se daba vuelta para ver detrás suyo con cada giro a la derecha o la izquierda al que la geografía del bosque lo obligaba. En su cabeza retumbaban pensamientos que, silenciosos pero imposibles de ser ignorados, eran tan punzantes como los sonidos que poco a poco se iban apagando de la batalla de la que él había escapado. Miedo, horror, amor, compasión; todo se apretujaba en un par de frases inconexas y no verbalizables. Sus piernas dolían terriblemente, su espada pesaba con fuerza en su brazo derecho, la arrastraba por el suelo. Aspot se da cuenta, y por primera vez detiene su marcha, levanta la espada, mira detrás suyo el surco que esta ha dejado en un buen trecho. Le da pavor, piensa en alguien que podría seguirlo y encontrarlo, enemigo o compañero. Sus ojos otean descolocados, el camino recorrido, hasta donde puede ver, donde los árboles dejan llegar su mirada. Su barba se hacia eco de sus emociones, su pecho se hundía y agitaba a intervalos regulares y bruscos. Su corazón buscaba alivio, lo necesitaba. Pero no llegaría, debía seguir latiendo así, esclavo de la razón y el sentimiento. Tras unos minutos de silenciosa agonía, Aspot decide continuar su marcha, más calmado. Seguía diciéndose que estaba allí, que podía encontrarlo, sabía que sí. El le daría las respuestas que estuvo buscando en estos últimos tiempos. Se había dado cuenta que ese era el bosque, desde que lo flanquearon para intentar cerrarles la retirada por el oeste al enemigo. Mientras galopaban junto al Río de la Muerte y la Resurrección, no podía dejar de fijar sus grandes ojos marrones en la pared vegetal, incólume, que se ofrecía a su costado. Lo sintió, y la certeza le oprimió el corazón. No quería, esta vez, entrar en batalla; quería saltar del caballo y entrar al bosque. Y buscarlo, porque estaba ahí. Está allí, pero no sabe donde. Ya no sabe si lo encontrará, si él se dejará encontrar por Aspot. Los pies se hacen pesados, pero ya no lo siente. Lo único que cruza su mente es la necesidad de encontrar. Su camino se hace tranquilo, mira alrededor, ve cada árbol, busca. Las formas se convierten en alucinantes, extrañezas que solo alguna vez existieron en sus sueños, ramas que asemejan brazos deformes, árboles inexplicablemente quemados con formas extrañamente humanas. El bosque parece tener vida, cada árbol parece poseer alma, sentido. Y así sabe que está cerca. Casi se detiene para escuchar el pavoroso silencio que reina en lo profundo del bosque. Ni un insecto ni animal, sólo el sordo crujir de cientos de árboles que crecen continuamente, y parecen hablar, parecen decir "quien sos, que invadís nuestra morada?". Sonidos raros que penetran la cabeza de Aspot y acallan sus pensamientos y el ruido de las ramas que pisa en sus ya muy pausados pasos, que se convierten, al atravesar sus oídos, en bajos chillidos, en zumbidos, en suspiros… En un grave e inaudible "Aspot...".
Da vuelta la cabeza en dirección a la palabra. Se acerca hacia allí, el corazón vuelve a pedir clemencia, sus pasos son cautos, su expresión es desencajada: los ojos completamente abiertos, la boca también, mostrando la oscuridad de su interior, resaltada por los pocos dientes que la enmarcan. Aspot es tan tenebroso como el bosque. Quiere volver a escuchar, pero no, una vez es suficiente para que él deje ser encontrado. Camina unos pocos pasos, y el bosque pierde, por un mínimo círculo poco mayor a una persona, la esencia de lo tupido. Y allí, en el medio, estaba. Parado, como una columna, majestuoso, esperándolo. Aspot se acerca, los ojos en lágrimas, se arrodilla frente a él. Su pecho se llena de fuerza, la energía lo llena a pleno, sus pulmones purifican el aire, el corazón crece con cada latido. Cierra los ojos y acerca sus dedos. Y en el momento más sublime de su vida toca esa corteza, de apariencia áspera pero que en realidad no lo es. Y le transmite la vida, entiende por vez primera por qué ha nacido. Llorando en silencio escucha todo lo que el árbol tiene que decirle, todo lo que la vida tiene que contarle, aquello que se perdió por pensar en lo que no estaba allí frente a sus ojos, por buscar fuera lo que podía encontrar junto a sus pies. El árbol relata, y Aspot llora más y más. Encuentra sentido, ve la vida con un matiz diferente, con esperanza, alegría, ve lo que es la felicidad. Y la voz se detiene, y la mano deja la corteza, y tiembla. Y Aspot deja caerse al suelo, deja que sus lágrimas humedezcan la tierra donde se asientan las raíces del árbol, y, exhausto, deja dormirse allí mismo.
La noche cae, el bosque queda en absoluto silencio. La batalla termina y los sobrevivientes cuentan los muertos. En el banquete de celebración de la victoria, los compañeros de Aspot brindan, como de costumbre, alzando sus copas de vino al cielo estrellado y honrando a los muertos; "...por Guislom, por Verti, por Fassper, por Aspot, por todos, por nosotros. Por la vida, la muerte y el recuerdo!".
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