miércoles, enero 30, 2008
El jardín de verano. Las búsquedas, la coincidencias y las ignorancias.

Cuenta una antigua leyenda de épocas de siega, que Tierra, eones antes de dejarse conquistar por el tiempo y el mar, enamoróse profundamente del viejo y sabio Sol, quien ya comenzaba a correr por el cielo a las estrellas. Tierra, enceguecida por el sueño de las ilusiones, comenzó a seguirlo incansantemente, buscando estar cerca de él. Sol sólo pensaba en las estrellas, y no dio importancia a la pequeña Tierra, quien se acercaba más y más, corría más y más, queriendo fervientemente estar derca de él. Tanto intentó que se acercó demasiado a Sol y su pasión, tanto que Tierra se quemó con su calor. No le importó y siguió intentando, abrazando su vitalidad cada vez que intentaba rozarlo. Con el tiempo, cansada y triste, detuvo su búsqueda, pero la inercia de tanto correr hizo que su marcha continuara hasta nuestros días. Tierra lloró y lloró, y sus lágrimas no pudieron escapar debido a su marcha pasionaria. Parte de esas lágrimas se juntaron siglo a siglo junto a Tierra, formando los ríos, los lagos y el Mar, quien desde entonces calma las quemaduras y las penas terrenas, por toda la eternidad. Otras lágrimas, las últimas que Tierra derramó por el narciso Sol, perduran en los cielos y de tanto en tanto caen sobre Tierra, dándole a ella sus hijos, hijos éstos de su amor imposible: la hierba, las flores, las mieses y los seres animados. Desde entonces, desengañada, Tierra intenta alejarse de Sol, sin éxito, y año a año éste se acerca a la pobre, quizás curioso de su seguidora incesante, para luego volver con bríos a perseguir a las estrellas con su fuerza ignífuga. Esas épocas son las cuales los meros mortales denominamos verano, e, ironías de la trágica vida, su calor cura las penas luego del crudo invierno de nuestros corazones.

El Sol es viejo y sabio,
pero su sabiduría es opacada por su soberbia,
en su camino por las estrellas,
dijo el joven Hwang rememorando quizás viejas noches infantiles de verano y las palabras ancianas de los viejos campesinos durante los fogones de las noches estivales.
Y la Tierra, como los pobres mortales,
es ignorante por querer lo que nunca podrá tener.

Pero,
respondió el maestro Tsinq luego de unos largos segundos de sabio silencio, disfrutando del caluroso aire de verano es su piel bajo la sombra del añoso árbol mayor del jardín,
quién es más sabio en realidad? Quien busca lo que sabe en su corazón que quiere, o quien no ve la realidad por soñar con las estrellas?

Hwang lidió por minutos con sus magros saberes, y luego reflexionó:
Cómo puede haber sabiduría e ignorancia entre seres que se mueven entre deseos encontrados y contradictorios, absortos unos de otros?

Puede haber sabiduría, y eso, justamente, mi sabio aprendiz, es el resultado de querer algo, buscarlo, y aprender de los roces. Si no hay búsqueda no hay camino, y lo que es más importante, no se encuentra lo que se busca en las ocasiones que hay coincidencia. Alcanzar la sabiduría es encontrar esa coincidencia, y muy pocos lo consiguen. El resto es ignorancia, y no hay ignorancia mayor que no buscar.

Hwang calló por el resto de la tarde, llorando en silencio y a escondidas porque era todavía ignorante.

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suspiro exagerado de Juansolo como a las 22:12 | Permalink | 2 comentarios